Aun no puedo dejar de pensar en la magnitud de la violencia ocurrida en la localidad de Huamanquiquia y pueblos vecinos, situados en el centro-sur de Ayacucho, luego del viaje último que realicé a estos pueblos. Sencillamente, me amerita escribir, porque es lo único que me motiva hacer, para evidenciar las historias ausentes y traumáticas que aún queda por explorar. Pienso en un sentido humano, lo inhumano que se cometió en estas comunidades, tanto por los senderistas como por los militares. Pero: ¿Cómo podemos dialogar desde las dimensiones humanas las prácticas inhumanas de estos actores armados? El hecho de matar cruelmente, torturando, degollando, mutilando o quemando los cuerpos, nos lleva a pensar: ¿Qué grado de convencimiento hay en el ser humano como para actuar de esa manera? ¿Cómo entender la transformación de lo humano en un otro inhumano? ¿Cómo pueden los humanos exterminar a otros humanos? Para algunos ejecutores fue un “error” o “exceso” de la guerra, y punto.
En principio debo decir que a veces siento una incapacidad de no poder responder a estas inquietudes personales. Porque mi experiencia personal y el interés por entender el pasado de la violencia política desde las dinámicas locales, me trazan desafíos, que ponen en tensión la experiencia del investigador con el objeto de la investigación, cuando se entretejen procesos como el “acontecimiento vivido” y el “acontecimiento recordado”. En ese camino, la reconstrucción real del pasado, es un proceso a la vez problemático, no solo para los que recuerdan (víctimas y ejecutores), sino también para el investigador, porque son experiencias que asimilar, traumas que pensar, en la medida en que tratamos de entender los sentidos y significados de los eventos ocurridos, como parte de un proceso de recordar y olvidar una “experiencia límite”.
En principio debo decir que a veces siento una incapacidad de no poder responder a estas inquietudes personales. Porque mi experiencia personal y el interés por entender el pasado de la violencia política desde las dinámicas locales, me trazan desafíos, que ponen en tensión la experiencia del investigador con el objeto de la investigación, cuando se entretejen procesos como el “acontecimiento vivido” y el “acontecimiento recordado”. En ese camino, la reconstrucción real del pasado, es un proceso a la vez problemático, no solo para los que recuerdan (víctimas y ejecutores), sino también para el investigador, porque son experiencias que asimilar, traumas que pensar, en la medida en que tratamos de entender los sentidos y significados de los eventos ocurridos, como parte de un proceso de recordar y olvidar una “experiencia límite”.
Hace exactamente 25 años, el 15 de agosto de 1984, los militares de la BCS N° 34 de Pampa Cangallo, a bordo de un helicóptero, bajo el supuesto: “territorio senderista”, ingresaron a la comunidad de Tinca y desaparecieron a 14 personas. Los días siguientes, el 16 y 17 de agosto de 1984, esta vez a bordo de dos helicópteros, en las comunidades de Huamanquiquia y Uchu, detuvieron, asesinaron, quemaron y ejecutaron a más 25 campesinos, en el anexo de Qechahua del distrito de Sarhua. Mientras dos jóvenes mujeres fueron ultrajadas, mutiladas y aventadas a un paraje inhóspito, cuando ya no les era útil. La mayoría de las víctimas eran campesinos que iniciaban una vida conyugal. De hecho, sus esposas también quedaron muy jóvenes, viudas, como ellas dicen: “quedamos como wakchas”, porque dependían de la manutención de sus esposos. En los tres pueblos los militares destruyeron sus viviendas, saquearon diversas pertenencias y en todo momento agredieron verbalmente a las víctimas. A algunos de ellos les cortaron la lengua y las orejas y los obligaron a comérselas. Los pobladores de Qechahua contaron que los detenidos fueron torturados y que a algunos se les mutiló los brazos, manos y piernas, aún estando vivos, mientras gritaban pidiendo auxilio. Luego los acribillaron y los quemaron en chozas. Posteriormente fueron enterrados por los comuneros de Qechahua.
Asociación de Artistas Pintores de Sarhua (ADAPS). Colección “Piraq Cuasa”, Tabla n° 18: “Infierno en Qechahua”
Ocho años más tarde, el 01 de julio de 1992, los senderistas, vestidos con uniforme de militares, degollaron a 18 campesinos y cortaron las trenzas de 17 mujeres, en la localidad de Huamanquiquia, en un acto de “represalia”, porque los campesinos habían tomado la decisión política de rechazar a los senderistas. Esta acción dejó como secuela otro grupo de viudas y wakchas. Por eso en mi primera visita a este pueblo las mujeres me dijeron: “warmisapam kaniku kay llaqtaykupiqa” (somos muchas viudas en nuestro pueblo). La narrativa de las viudas sobre esta masacre señala con términos quechuas como: “kuchurusqa kunkanta” (“le habían degollado”); “chitqarusqa humanta” (“le habían partido su cabeza”); “chamqarusqa uyanta” (“le habían destrozado el rostro”). Una de las viudas recuerda: “Cuando llegué al auditórium [escuela inicial] encontré a la gente muerta, todos boca abajo y mi esposo estaba boca arriba, cortada con hacha parte derecha de su cara y punzado en la espalda, lo habían matado con palos de leña y piedras a las 18 personas, y las mujeres que estaban presentes les había cortado el cabello”. (Archivo CVR, Testimonio 203015).
“La sangre corría como una lloqlla”. Dibujo de Mercedes Vivanco, 26 años, campesina. Huamanquiquia, Ayacucho, febrero de 2008.
Sendero Luminoso (SL) se propuso hacer una guerra campesina contra el Estado, para tomar el poder y construir un “nuevo estado”, sin embargo, lo que SL terminó instalando en la práctica es todo un aparato jerárquico y totalitario, utilizando los medios políticos y simbólicos crueles e inhumanos de culto a la violencia (la cuota de la sangre). Por su parte, el Estado, a través de las Fuerzas Armadas (FFAA), entraron a la defensiva sin alguna estrategia, envolviendo a toda la población campesina como senderista. Siguiendo los mismos patrones ofensivos de SL, las FFAA imitaron las prácticas crueles e inhumanas de sus enemigos, militarizando las relaciones intercomunales e intracomunales. Fue entonces, que la guerra se tornó como una “zona gris”, en una dinámica de quién es más cruel con sus víctimas: “Si el Estado mata, yo también mato… y si SL corta orejas y lenguas, entonces yo también corto orejas y lenguas”, ese parece ser la frase de la guerra, en su sentido más leviatán. Y allí me cuesta decir que lo inhumano pueda estar presente en lo humano.
Los dos asesinatos masivos ocurridos en la localidad de Huamanquiquia es una experiencia de trauma social para estos pobladores. Siendo la secuela más inmediata la vivencia del miedo y el terror, que se prolonga hasta la actualidad. Dolor y aflicción que aún no termina de procesarse. Marcas y huellas que se alojan en los espacios más intrínsecos de la víctima. Aluden, el trauma como un proceso de trastorno mental y de anormalidad. Esto se puede percibir cuando dicen: “no estoy en mi sentido”, “no estoy en mi término”, “ya no estoy normal”, “el sol no alumbra bien para mí”, “ando como una loca”, “hablo sola”, “estoy como traumada”, entre otras frases. Este es el drama y trauma que viven intensamente hasta hoy los pobladores y pobladoras de Huamanquiquia.